«SIETE VIDAS» John Grisham

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La primera colección de relatos de John Grisham nos traslada a Missisippi, el mismo lugar donde está ambientada su primera novela, la que le lanzó al olimpo del best-seller: “Tiempo de matar”. Pero antes de vender millones de ejemplares con sus intrigas del mundillo judicial, Grisham desplegó una visión intimista y crítica de su tierra sureña en estos siete relatos, con siete vidas como protagonistas. Son historias intensas y profundas, donde los personajes están condicionados por un entorno social, -plagado de prejuicios sociales y religiosos-, que marcará sus decisiones en momentos críticos y en el filo de la legalidad. Grisham demuestra sus mejores cualidades como narrador, con esa prosa sencilla pero precisa, que es capaz de tocar la cuerda necesaria en cada párrafo para estirar la atención, irremediablemente, hasta el siguiente.

Conoceremos, por ejemplo, la historia de dos jóvenes que terminan cumpliendo condena como delincuentes, pese a que el objetivo inicial de su viaje era tan altruista como donar sangre para un amigo; la buena fortuna de un abogado que aprovecha una inesperada indemnización para escapar de su fracasada vida; la lección que recibe un empresario fullero que trata de poner en marcha un casino y acaba arruinado por el marido de su amante o el arte para el timo de un tipo que cuya ocupación es ser celador en residencias de ancianos para quedarse con las herencias. Eso sí, como una especie de justiciero, antes de marcharse, consigue que salgan a la luz las negligencias en el cuidado de los ancianos.

Grisham garantiza entretenimiento, originalidad y una mirada comprensiva y conmovedora en sus relatos, aunque en ninguno ofrece moralejas o sermones morales. Los hechos hablan por sí solos hasta el punto final. Son, por sí mismos, la realidad y su denuncia. Es el caso de relato en el que cuenta la ejecución del asesino de un policía, condenado a muerte en la cámara de gas. Uno de los temas recurrentes de este escritor en sus novelas que, en esta ocasión, sitúa en el entorno de una familia problemática y compleja que se enfrenta al drama con ironía y descarnada naturalidad. Leeremos con detalle el momento de la ejecución, descrito con precisión estremecedora, sin más adjetivos que los necesarios para transmitir al lector su crueldad y la injusticia que se oculta tras ella.

Pese a todo, Grisham no olvida sentimientos íntimos como la ternura en la historia de un hombre, enfermo de sida, que regresa a su hogar para vivir sus últimos días. Sentirá con especial virulencia el rechazo de unos vecinos cotillas y cobardes, temerosos de ser contagiados por la enfermedad, además del rechazo por su condición de homosexual. La entrañable mujer negra que lo cuida hasta el final, tendrá que sufrir idéntico aislamiento, y comprobará que el contagio de los prejuicios se extiende como la más peligrosa epidemia y es una enfermedad aún más grave y mortal para el ser humano.

Y para terminar, destacaría un relato que, en mi opinión, recoge uno de los grandes dilemas a los que se enfrentan los profesionales de la Justicia y que supone toda una declaración de principios de Grisham. Cuenta la historia de un letrado que debe enfrentarse a la ira de un padre, cuyo hijo sufre daños cerebrales irreversibles, por culpa de un médico sin escrúpulos que salió absuelto gracias a la “buena” labor de su defensa. Las acusaciones del padre son tan demoledoras como esta:

“Su trabajo da asco, Wade, porque implica mentir, intimidar, acosar, encubrir y no mostrar la más mínima compasión por las víctimas… ¿Es esto justicia, letrado, o simplemente otra victoria judicial? Porque las dos cosas tienen poco que ver… ”

Lo dicho, Grisham en estado puro, en siete pequeñas perlas.

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